viernes, 25 de abril de 2014

Un sentimiento egoísta

Dejé caer las llaves en el bol de cristal, que resonaron por todo el piso, y cerré la puerta de un portazo. Por fin en casa. Entré en el salón como pude, casi arrastrando los pies, y me dejé caer sobre el sofá. ¡Bendito sofá! Nunca me arrepentiré de haber comprado uno tan cómodo.

No había hecho una larga caminata por la montaña ni tampoco una muy intensa, nada por el estilo, creo que lo hubiera preferido debido a que al menos hubiera respirado un poco de aire puro y hubiera estado en contacto con la naturaleza. Pero no, estaba cansado por otra cosa. Me había pasado horas encerrado en una monótona oficina, sin ver la luz natural del día, pasando documentos escritos a mano al ordenador. Era un trabajo agotador porque eran archivos que se necesitaban listos de inmediato, al instante, y no podía tomarme ningún descanso. A pesar de ello, me gustaba y me entretenía, total, no tenía ninguna familia a la que atender.

Me quedé pensando si realmente eso era lo que quería en mi vida, estar solo y fallecer solo. Opinaba que eso era un sentimiento egoísta querer a alguien solamente para morir acompañado.


Y cuestionándome si debería crear una familia, me quedé dormido abrazando uno de los cojines del sofá.