El coche frenó suavemente y Kyle se
giró para ver mejor mi rostro. La verdad es que le favorecía mucho el uniforme,
a pesar de no concordar para nada con su estilo.
-¿Estás lista? Perdona, quiero decir,
¿está lista señorita Brown?
-Deja de burlarte de mí, por favor.
– Le supliqué, aunque yo también me estaba riendo.
-Recuerda todo lo que tienes que
hacer. Sé discreta y procura no dar información de más. Ah, y echa un ojo a ver
si le encuentras.
-Sí, señor. – Hice el saludo militar
y finalmente nos reímos de nuevo.
Finalmente Kyle se puso serio y bajó
del vehículo. Me abrió la puerta y me ayudó a salir cogiéndome de la mano.
-Gracias, Sebastian. – Dije una vez
estuve fuera.
Kyle me lanzó una mirada de odio
pero con cariño, sabía que había sido poco original en escoger un nombre para
él.
-Espero que disfrute esta preciosa
noche, señorita Brown.
Se metió de nuevo en el coche, pensé
en despedirme con la mano pero me percaté de que sería extraño entre dos
desconocidos. Mientras se retiraba observé el enorme edificio, demasiado bonito
para mis ojos. Me pregunté cuánto podría haber costado construirlo.
El edificio estaba hecho de una
piedra muy pulida de color beis. Las escaleras que daban acceso a la primera
planta, es decir la entrada, resaltaban por su color granate, un color oscuro
al contrario del resto de la fachada. Desde fuera se podía afirmar que el
edificio constaba de dos plantas gracias a sus estirados ventanales de cristal
que mostraban a la gente del interior.
Sin entretenerme más, empecé a andar
hacia las escaleras. Algunos invitados aún no habían entrado y estaban
charlando al pie de éstas, justo dónde también había un cartel.
-Disculpe… - Le dije con una sonrisa
a uno de los invitados.
-Oh, perdone. – Y se hizo a un lado
para que pudiera leerlo.
No había nada interesante,
únicamente información sobre la distribución del edificio, los grupos de
música,… y agradecimientos, cosas de las cuales ya me informaron con antelación.
Cuando empecé a subir las escaleras
ignorando el cartel oí algunos susurros a mis espaldas.
-¿Quién es esa?
-Ni idea. – Le contestó el hombre a
la mujer desconocida.
Y a medida que me iba alejando ya no
pude oír más parte de la conversación.
Tuve que cogerme la falda del
vestido para evitar una caída ridícula y que me criticaran aun más. El vestido
me lo había diseñado una amiga íntima de Jess, ya que para evitar dar pistas
sobre mi identidad era mejor que no supieran de dónde lo había sacado. Por
suerte, era de de mi gusto aunque obviamente no era algo parecido a lo que
lucía cada día. El vestido era negro, con un buen escote y me marcaba muy bien
la figura, a su vez, lo suficiente cómodo como para correr. Los zapatos eran
totalmente lo contrario porque eran tacones pero en caso de emergencia podía
arrancar las tiras, que estaban hechas de un material poco resistente, quitarme
los zapatos y correr.
-Buenas noches, señorita Brown. Está
usted preciosa. – Dijo Hanny. Supuse que eso se lo decía a todas las personas
que entraban.
En lo alto de las escaleras había un
atril con una recepcionista. Esa mujer se llamaba Hanny y tenía muy claro
cuáles eran mis objetivos en la fiesta.
-Gracias. – No dije su nombre, ya
que los invitados desconocían el nombre de los trabajadores.
Hanny era una chica alta, o eso
hacían ver sus tacones, rubia y con el pelo corto por encima de los hombros.
Sus ojos eran azules claros y su sonrisa era muy agradable. Lucía un vestido
azul eléctrico, corto por delante y largo por detrás.
-No se preocupe por la mesa, este
año hemos puesto una barra libre. Hay algunas mesas dónde puede dejar su plato
y su copa pero no hay sillas ni ninguna lista.
-Está bien, gracias por la
información, que tenga una buena noche.
-Si tiene alguna duda aquí estaré.
Me alejé de su vista. Tal y como
había dicho, había una barra con comida en un lado de la enorme sala y mesas
altas distribuidas en la misma zona. En la parte derecha había una pista de
baile y un escenario en el que tocaban música jazz en ese preciso instante.
La multitud gozaba del encuentro: la
mayoría de los invitados charlaban entre ellos con un tono más alto de lo
normal a causa del elevado volumen de la música, que acompañaba a todos
aquellos que bailaban sobre la pista con sus respectivas parejas. Muchas de las
conversaciones iban dedicadas a los cotilleos, en especial, se criticaban los
vestidos y los trajes de los invitados y sus acompañantes.
Eso no me interesaba en absoluto, ya
que no conocía a nadie así que en vez de escuchar fui a por una copa.
El camarero, atento a mi petición,
me sirvió una copa de un vino extranjero aparentemente caro y asqueroso. Bebí
un poco mientras miraba de reojo la estatuilla que había situada en una de las
esquinas, llamada Di Romé Fouer. No
pensaba que pudiera ser robada por mi
ladrón. Pensaba que, seguramente, las amenazas de robo eran una distracción
hacia nosotros.
-Buenas noches… ¿señorita…?
-Brown.
Un hombre con smoking interrumpió mis
reflexiones. Tenía el pelo tan negro como su traje y los ojos de un color
castaño acaramelado.